De viaje en viaje
Hubo un tiempo en el que, según mis ojos, todo era mágico. Solía viajar mucho con mi madre, luego con mi padre, como también en familia. Encontraba que los trenes, los taxis y subtes eran medios de transporte fascinantes. De muy pequeña, aprendí a extender el brazo y ver como el colectivo enorme frenaba para que yo subiera. A los nueve años conocía de memoria las paradas desde mi casa hasta la de mis abuelos. Para ambos los viajes debía tomar dos buses. Mi madre me enseñó a no hablar con extraños. Yo obedecía. Iba con mi jumper escocés, medias tres cuartos, guillerminas marrones, camisa de cuello redondo con puntillas… parece que fue en otra vida.
El traqueteo de las ruedas de los trenes sobre las vías me encantaba, la magia de las puertas al abrirse, el guarda que venía a picar el boleto y los vendedores ambulantes que ofrecían una docena de alfajores por poca plata. Una obra de teatro, una película, maní de chocolate por medio, una visita a una gran juguetería, ir de compras, pasear por la calle Florida, a veces entrar a Harrod’s, viajar a la playa durante las vacaciones… eran mis grandes aventuras.
A los nueve años, empecé a leer libros sola. Emprendí un viaje al infinito. Empecé leyendo obras de Jules Verne, y leí todo tipo de historias. En mi jóven adultez la Filosofía le abrió la puerta a los clásicos: Platón, Sócrates, Aristóteles, Parménides, y otros tantos. A través de sus obras imaginé Grecia. Después me interesé por los mitos.
Mi vida actual está atravesada por viajes, voy a diferentes países y continentes. Nunca imaginé que alguna vez pondría mis pies en Grecia. Caminando por las calles de Mykonos, di con la imagen que ven en la foto. Quedé cautivada. En mi escritura, una puerta abre otra puerta, una puerta abre a otro mundo. Mito se traduce como cuento. Los griegos inventaron historias para tratar de encontrar un sentido a lo inexplicable. Los mitos alimentan siempre mi escritura.
En Grecia, no pude hablar mucho. Me dediqué a la contemplación