Lisa y El Cangrejo

La marea baja dejaba al descubierto un vasto lienzo de arena húmeda, donde las huellas de la vida marina se entrelazaban en un intrincado tapiz. Una brisa suave acariciaba la costa, llevando consigo el aroma del océano. En este escenario, Lisa,  de pelaje negro y blanco, corría  disfrutando de la libertad que solo la naturaleza puede ofrecer.

De repente, Lisa se detuvo. Fue un alto brusco, lleno de curiosidad. Frente a ella, un cangrejo diminuto emergía de la arena, con movimientos cautelosos, casi como si danzara. Sus pinzas se alzaban en un gesto defensivo, aunque quizás también fueran un saludo. Lisa inclinó la cabeza, olfateó con delicadeza y se quedó quieta, como si entendiera que aquel encuentro requería algo más que su energía desbordante: requería  respeto.

Pasaron los minutos en un silencio solo interrumpido por el suave murmullo de las olas. Lisa, reconociendo la vulnerabilidad del pequeño crustáceo, se echó en la arena, demostrando con su lenguaje corporal que no representaba una amenaza. El cangrejo, aún alerta, bajó lentamente sus pinzas, aceptando la tregua implícita.

Mirarla en ese momento fue como observar una conversación sin palabras entre dos mundos. Todo quedó suspendido en el cruce de miradas de Lisa y el cangrejo. Ese encuentro fue una lección de asombro para mi.  Lisa, no juzgó al cangrejo por su tamaño o su extrañeza. Lo miró como un igual, como algo digno de atención y cuidado. Y el cangrejo, con su frágil coraza y su desconfianza innata, se plantó frente a un gigante con la valentía de quien no tiene más opción que ser lo que es.

Quizás, en ese instante, Lisa me recordó que lo extraordinario está en los detalles, y detenerse en medio de un paseo perfecto para mirar algo pequeño, algo diferente, es encontrar un nuevo sentido en la inmensidad. Es un recordatorio de que la conexión no siempre está en lo grandioso, sino en el cruce inesperado entre dos vidas, dos caminos, dos latidos que comparten, por un instante, la misma arena.



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Un Viaje Inspirador