El Escritorio
Mi primer escritorio ingresó a casa a los nueve años, era angosto, de pino, y en él se apoyaba una biblioteca. Recuerdo haber escrito redacciones con lapicera de tinta en hoja Rivadavia, haber estudiado “El descubrimiento de América” de mi primer libro de Historia, y haber borroneado unas cuántas hojas cuadriculadas buscando los resultados de problemas matemáticos que siempre me costaron.
Tuve una actitud negadora ante mi capacidad para escribir, o, mejor dicho, me acerqué con mucha timidez a las letras. Primero pasando por el diván de un analista que, al decir de todos, “saca escritores”. Años después, a consecuencia de varias sesiones de análisis, ya no pude ocultar mi deseo.
Mi segundo libro tiene una particularidad, un apartado fue escrito en tierra y el otro en aviones. Los otros días, mientras buscaba unas fotos en mi celular, me topé con varias del escritorio que me mantuvo en tierra desarrollando esa novela, mientras las observaba recordé a Virginia Woolf cuando dijo:
“Para escribir novelas una mujer debe tener dinero y un cuarto propio”.
Hace unos días terminé mi obra en otro escritorio y acordé con Woolf nuevamente:
“Escribir lo que uno quiere es lo único que importa”
Los saludo desde mi escritorio.