El Devenir

Hace algún tiempo conocí la tristeza honda, verdadera. Era verano. Con las emociones a flor de piel  fui a un rincón de casa y comencé a escribir. Había días que el sol rajaba la tierra, y si bien, el mar quedaba a unas diez cuadras, no manifestaba mucho interés en ir. Si tuviera que definir esa vivencia la llamaría. “Verano de espaldas”. Por aquella época dejé atrás parte del bagaje que venía cargando, me desembaracé. 

Sentada en mi laptop comencé a teclear despacio. A pesar de todo, nacía un tímido deseo. Un deseo secreto. No resultaba fácil escribir aunque algo me urgía a seguir adelante. Así produje mi primer texto, un escrito que atesoro y guardo exclusivamente para mí. 

Uno de mis pensadores favoritos, Sigmund Freud, escribe difícil. Su idea, traducida dice algo así: hay una pequeña parte de uno que queda reprimida para que surja un sujeto que habla, padece, se equivoca, vive. Pienso ésto en relación a mi tan querido primer texto, el que elijo guardar, el que me lleva a nacer como escritora. 

Lacan, otro de mis favoritos, escribe “Subversión del Sujeto en la dialéctica del deseo”. Y como la escritura me lleva a jugar, bautizo mi texto “SUBVERSIÓN DEL SUJETO”, todo en mayúsculas. 

Resuelvo pedir a la profesora del taller literario al que concurro un espacio propio. Comienzo a mandar mis textos hasta que en un momento resuelvo abandonar. Abre un paréntesis para hablar de mi estado de ánimo, dice: “Por favor, no pares”. Según ella mi escritura le recuerda a la de Natasha Ginzburg, promete “acompañarme”. 

El deseo de escribir nace gracias al trabajo en común con mi psicoanalista a quien más adelante en mi obra bautizo con un nombre de ficción. En mi primer libro, 

“Por la autopista” creo transitar sola. Después, me doy cuenta que estoy equivocada. 

Mi gratitud a Esther Cohen y a mi querida maestra y editora, Bárbara Castro